NO ALCANZO


Siempre he sido chiquita. No recuerdo haber estado más allá de las 3 primeras en las filas de formación en el colegio.  Más que desventaja, ser chiquita es algo que no me gusta. Tener que treparme a todos lados para alcanzar las galletas, el shampoo, el papel higiénico, a mi gata esquizofrénica, las tazas con forma de R2D2 que tanto me gustaban. Todo parece inalcanzable desde aquí abajo. Emprendo la subida con torpe agilidad, el pie de puntitas, la rodilla, los dedos presionando con mucha fuerza el borde del estante, un impulso y la mermelada es mia al fin!
Siempre he visto a los demás desde aquí, así que me empezó a gustar andar en los lugares altos.  Descubrí que la costumbre de los demás de mirar hacia abajo para verme, hacía que echarme encima del estante sea una manera de esconderme. Así que cada vez que me sentía triste(todos los días) iba a la cocina a sentarme a llorar allá arriba. Tan chiquita que nadie se daba cuenta que estaba allí. Era como una cucaracha, o una araña. Esperando que no me vean para no causar conmoción. Veia a mi mama tomar agua o hacerse un sánguche. A la gata esquizofrénica mirar fijamente a la cocina (luego descubrimos que había un nido de rata). Pero allá arriba nadie me oiría llorar, y eso para mi era precioso.
Un día vinieron a reparar las calaminas, dejaron la escalera y mi gata subió por ahí. Recuerdo el ruido horroroso de un gato tratando de aparearse con mi gata y créanme que si creen que esa escena es ruidosa no se imaginan como se escucha sobre calaminas mal puestas. Me levanté decidida a terminar con el escándalo, y cuando llegué al techo, les tiré un taper con agua y ambos gatos se fueron a otros techos. Suspiré la misión cumplida y bajé a dormir tranquila. Al día siguiente la escalera seguía ahí, el cielo se cubría de negro y mi alma adolescente también. Decidí ver la casa del vecino que estaba hecha escombros por un incendio. Pero cuando subí a mi techo y ví que no había como bajar donde el vecino, sólo me senté sobre las calaminas. Y el cielo más bonito me sonrió. Chusca (mi gata) a mi lado sentada se acicalaba. Estuve allí mucho tiempo. Pensando en que quería ser una estrella. Sintiendo el viento de los 7 metros de altura, mirando como mi arbolito se mecía. Entonces cada vez que subía sentía que estaba tan cerca de las estrellas que en algún momento las iba a alcanzar. En vez de sentirme una insignificancia para el universo, sentía que era tan grande como un planeta flotando en la materia oscura. Desde entonces siempre sentí que podía hacerlo, tocar las estrellas.
Siempre que mirara al cielo no había manera de que yo me pueda sentir insignificante, ni cuando las multitudes y su altura evitaban que mire el show, ni cuando jugaba básquet en el colegio, ni cuando los demás se olvidaban que yo estaba allí.
Entonces llegaron los realistas, los economistas, las administradoras, las populares, los chicos bonitos, los infelices, Lima con su eterno cielo naranja y todos los que comenzaron a desmentirme. Yo no soy más que 152 cm de mal humor, estupides y mediocridad. Yo no soy.
Ser chiquita apesta. Y las estrellas nunca estuvieron a tantos años luz como ahora.

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