El jardín.

Mi jardín tiene maleza, y no la puedo eliminar.
Tengo flores muy bonitas, las cuales crecieron de manera natural. A las más feas, las cuidé como tesoros, porque sé que sin ellas, las bonitas no resaltarían. Hay flores raras, de esas que parecen fuera de lugar. Hay un árbol de frutas que no son comestibles,  que se pudren pero son abono. Hay hormiguitas y otros insectos que constantemente cuidan ese jardín cuando yo no estoy. Tengo herramientas para evitar que mi jardín se expanda caóticamente y luzca siempre hermoso.  Tengo el jardín más bonito del mundo, pero tiene maleza.
Es una maleza que no puedo erradicar. La recorto constantemente, la arranco cada vez que la veo. He hecho de todo, hasta contraté un jardinero. Mis insectos están felices porque es más comida, pero esa maleza, aunque controlada, está ahí. Todos la vemos.

Hice una limpieza extrema, eliminé muchas flores, muchos arbustos que no volvieron a crecer. Cuando pensé que lo había logrado, la maleza volvió a crecer. Al haber dejado el jardín casi vacío, decidí que las flores que quedaron volvieran a crecer, y controlar la maleza con químicos. Tuve miedo de que mi jardín no volviera a ser hermoso.

Controlé la maleza cada vez que la veía, pero no siempre la veía yo, si no las personas que se acercaban a mirar, atraídos por mis flores. Ellos me hacían notar la maleza más veces de las que yo la podía ver. Ellos suelen pensar, que no veo la maleza y que no soy buena dueña, por lo que en su altruismo, me la hacen notar; cosa por la cual siempre agradezco, pues odio la maleza.

No es una metáfora, a la maleza de mi jardín todos la vemos, y no la puedo eliminar.




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