Dentro de mi granja de flores nihilistas, vive encerrado el monstruo de mi tristeza. Es un monstruo súper lindo, por lo que nunca se me ocurrió lo dañino que podía ser para otros. Luego de la masacre del 2011, lo encadené con pastillas para que no pueda lastimar nunca más. Al ver su mejora lo empecé a conocer, me hice su amiga y lo sacaba a pasear por el campo de flores, para calmarlo. Ilusa fui, pues cuando yo no estaba, salía de su encierro, atacando a aquellos temerarios que fueron atraídos por su colorido pelaje y tierna forma. Después de descubrir un cadáver alimentando mis flores nihilistas, entendí que pastillas no eran suficientes, y había que encadenar y aislar a la bestia de mi tristeza.
Desde su encierro comenzó a emitir luces hermosas, brillantes, imponentes, difíciles de ocultar, por lo que decidí dejar de intentarlo. Solo poner muchas trampas a su alrededor para que nadie pueda jamás volver a caer en sus garras. Al rededor de las flores nihilistas, puse un pastizal de volatilidad, con malezas verbales para confundir a cualquier aventurero atraído por las luces. El cerco de banderas rojas es la primera defensa, la locura real siempre ahuyenta. Pero lo que más efectivo ha sido es que todo el campo está hundido hacia abajo, de modo que cualquiera que se asome a ver la luz, pueda ver todo lo que tiene que atravesar para llegar al monstruo.
El monstruo tierno de mi tristeza es más peligroso de lo que se imaginan, te atrapa con curiosidad, te llena de orgullo el ego cuando ves que atraviesas las defensas. Pero cuando ya estás frente a él, hay un pozo muy profundo, el foso de la necesidad. Es el último reto para llegar y conocer a dicha bestia. Te lanzas, te das cuenta que no puedes salir, es muy empinado y resbaloso. El lodo te absorbe como si te necesitara para existir. Te atoras, te frustras, te cuestionas el porqué estás ahí y si puedes escapar, hacia adelante o hacia atrás. Hacia el monstruo o lejos de él. La decisión será la diferencia.
Si decides ir por él, él vendrá a ti, transformándose en lo que más temes, en tu propia tristeza. Si decides huir, mágicamente te teletransportarás fuera de mi granja. No es un premio el mirarle a los ojos, no es un reto inalcanzable, ni un mérito del cual enorgullecerse. Una vez que el monstruo te encuentra, te envuelve en su pelaje multicolor. Desapareces en sus luces, te vuelves parte del lodo de necesidad de ese pozo vacío, que también es su fuente de energía. Lo único que obtienes es una tristeza que nunca se irá de tu vida. Será tu tristeza, vivirá contigo, te irá consumiendo hasta que dejes de ser tú y solo seas lodo.
No hay un premio en las luces, no hay consuelo en el pelaje colorido, no hay satisfacción de logro desbloqueado al mirarte en tu estado más patético, reflejado en los minúsculos ojos de mi tristeza. Solo soledad y tú.
Vigilante y observadora de quienes deciden inocentemente ignorar las advertencias, me mantengo cultivando mis flores nihilistas. Ya no ahuyento o aconsejo, confío en que los atrevidos desistirán eventualmente. Colocar las trampas, cultivarlas, arreglarlas, toma tiempo, esfuerzo y salud mental, así que los dejo llegar hasta donde quieran. No ayudo a quienes caen al pozo, pues mi monstruo se tiene que alimentar. Solo existo y solo existe.
No hay nada más que contar.
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