Capítulo 1 - Me quedé sin hogar

Siempre quise un hogar al que pueda regresar y sentirme segura. Un escape de todo lo que la calle me quitaba. La seguridad, la confianza, la comodidad. Siempre pensé que para saber si amaba a alguien debía sentir eso. 

Me dejaron. Me dejaron de querer por ser como soy. Intensa, voluble, molesta, irritada, depresiva; un señor renegón y arisco. No era yo. Eran años acumulados de sentir que la persona que quería no entendía que a veces no tengo razones y solo soy. No me entendía, trataba de encontrarle razón a algo que no la tenía. Mi caos, mi monstruo, se agrandó y no supe controlarlo. Me dejó.

Pensé que era mi culpa, y al mismo tiempo le echaba la culpa a él por haberme hecho creer que podía tener una relación normal y un hogar, y luego huir. 

Decidí no dejarme caer. Alguien podía quererme, lo sé. Lo sabía. Tal vez no soy hermosa como ella. Sin mis ropas y mi pelo, sólo soy alguien más en el cuadro. Mi cara no llama la atención tanto como mi poto, y eso lo sabía, siempre lo he sabido. Alguien podría querer a ese extra en la pared.

Pero había decidido no dejarme caer, ya no quería ser esa persona que se tira al piso por semanas y no se levanta, la que no le importa el estudio o el trabajo, solo se deja a morir. Es lo que solía hacer.  Dejar que la tristeza me aplaste y solita se vaya, durara lo que durara.

Fingir se volvió normal. Que soy normal, que no estoy mal. Que soy superada, que puedo con esto. Y apareció él, para meterse poco a poco en mi corazón y en mi mente. Se metió con la excusa de que él también sabe cómo me siento. Se metió para acompañarme a fingir, porque él también fingía. En ese entonces yo no lo sabía, solo pensé que así era él.

Me acompañaron, me acostumbré. Me ofrecieron un hogar, así que solo me hice bolita y rodé hacia él. Se sentía natural, sin forzarme. Seguía fingiendo. Que todo estaba bien, que había superado el abandono, que el problema no era yo si no los demás, que estaba bien que siguiera fingiendo ya que eventualmente me la creería.

Sin darme cuenta, me encontré en una choza de amor y gatitos. No era perfecta, pero en esa choza no tenía que fingir. Podía llorar, podía echarme al piso y dejar que la tristeza me aplastara. Él solo estaba ahí, no me exigía nada, solo estaba ahí. Me daba un lugar en el cual pudiera escapar, huir, sentirme segura.

No era un hogar, pero era un lugar para mí. Eso, jamás voy a olvidarlo.

 



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